Sociedad del conocimiento y la información
La RepúblicaDomingo 23/01/2011
Por Luis Jaime Cisneros
La RepúblicaDomingo 23/01/2011
Por Luis Jaime Cisneros
Una sociedad abierta al conocimiento y a la información es un mundo urgido de una actividad inteligente constante y eficaz. Para que esta realidad sea fruto de un empeño estatal, la escuela asume grave responsabilidad, ajena a todo tipo de improvisación. Para empezar, la escuela debe tener presente esenciales rasgos que caracterizan a este tipo de sociedad, desde el punto de vista de la comunicación. Lo explicó con su natural acierto Habermas: la comunicación en esta hora del mundo sirve para expresarse, para informarse, para caminar, buscar, investigar; para proponer, argumentar, criticar, defender. La escuela tiene que estar preparada para entrenar al alumno a enfrentar estos menesteres.
¿Por qué? Porque es deber del maestro capacitar al alumno para que sepa orientarse en la sociedad en que le toca vivir y a cuya realización debe colaborar, cuando llegue el momento, profesionalmente. Saber vivir en una sociedad significa aprender a conseguir lo que se desea y a evitar lo que resulte inconveniente o malsano. La sociedad del conocimiento y la información (sigue Habermas presente en las afirmaciones) se diferencia sustancialmente de la que hemos heredado.
El primer deber de la escuela, en este tipo de sociedad, está centrado en ayudar al alumno a su propia realización. Ayudarlo a que sea él mismo, distinto de lo que era al iniciar su vida escolar. Ser distinto de ese minuto inicial no significa “no ser quien era”, sino precisamente ser el que, una vez logrados desarrollo y avances previsibles para la naturaleza y para la escuela, adquiere la calidad real de ‘persona’. Esta preocupación por el trabajo y los métodos científicos está orientada a alcanzar esos logros. Es que la finalidad última del trabajo escolar es preparar al muchacho a ingresar, y a vivir, en un universo de adultos sin enrojecerse, sin amilanarse, como un modo de integrarse, así, al grupo generacional que le corresponde, que es el que estará llamado, en el futuro, a enriquecer la propia tradición.
Hay un tema ahora imprescindible de tocar. Muchos lo consideran importante al tratar estos temas: el tema de la autoridad. Conocemos opiniones de periodistas, políticos, y padres de familia. Todos ellos, adultos. Nadie ha pensado en la necesidad de consultar a los estudiantes. Qué significa para ellos ‘la autoridad’. Cuando oímos hablar sobre el tema, descubrimos que no mencionan a los jefes, a los directores. La autoridad de que hablan es la del maestro. Y descubrimos con cuánta razón el diccionario, al tratar de la palabra, agrega: “Asimismo se toma por crédito, estimación, fe, verdad y aprecio”. Al maestro, al buen maestro, los alumnos le reconocen autoridad para aconsejar, guiar, encarar y ayudar a resolver situaciones nuevas o molestas. Cómo luchar contra la rebelión estudiantil es tema diario que los periódicos recogen en la página policial. La solución la han propuesto en varias lenguas: si evitamos que en el alumno aparezcan síntomas de fracaso escolar, y si lo indagamos para ayudar a sobrepasarlo, comenzamos a asegurar la disciplina.
El mundo moderno está convulso. Las ideologías han contribuido ciertamente a quebrar esperanzas e ilusiones y a despertar, por otro lado, reivindicaciones imposibles. La inseguridad y la desesperación suelen perturbar al alumno en sus finales horas escolares, atento al porvenir. Al maestro corresponde estar presente para ayudarlo a sobreponerse a la duda y al temor. Hay que saber prever el momento. No hay que esperar a que llegue la desesperación para emprender una tarea, ni menos es necesario tener éxito para perseverar. Hay que convencer al estudiante de que el secreto está en tener fe y decisión, es decir objetivos claros en el horizonte. La perseverancia es la que conduce al triunfo. El triunfo no es el punto al que se llega sino la estela (la historia, si se prefiere) de un esfuerzo continuo. En cambio, el éxito no siempre asegura la persistencia del esfuerzo, toda vez que puede prestar asilo a la vanidad o a la suficiencia y puede ser, así, anticipo o señuelo del fracaso ulterior. Algo debe quedarle claro al estudiante en los momentos de duda: con dinero no se aprecia el valor del porvenir. Perseverancia y esfuerzo robustecen la fe en la inteligencia y fortalecen el espíritu.
¿Por qué? Porque es deber del maestro capacitar al alumno para que sepa orientarse en la sociedad en que le toca vivir y a cuya realización debe colaborar, cuando llegue el momento, profesionalmente. Saber vivir en una sociedad significa aprender a conseguir lo que se desea y a evitar lo que resulte inconveniente o malsano. La sociedad del conocimiento y la información (sigue Habermas presente en las afirmaciones) se diferencia sustancialmente de la que hemos heredado.
El primer deber de la escuela, en este tipo de sociedad, está centrado en ayudar al alumno a su propia realización. Ayudarlo a que sea él mismo, distinto de lo que era al iniciar su vida escolar. Ser distinto de ese minuto inicial no significa “no ser quien era”, sino precisamente ser el que, una vez logrados desarrollo y avances previsibles para la naturaleza y para la escuela, adquiere la calidad real de ‘persona’. Esta preocupación por el trabajo y los métodos científicos está orientada a alcanzar esos logros. Es que la finalidad última del trabajo escolar es preparar al muchacho a ingresar, y a vivir, en un universo de adultos sin enrojecerse, sin amilanarse, como un modo de integrarse, así, al grupo generacional que le corresponde, que es el que estará llamado, en el futuro, a enriquecer la propia tradición.
Hay un tema ahora imprescindible de tocar. Muchos lo consideran importante al tratar estos temas: el tema de la autoridad. Conocemos opiniones de periodistas, políticos, y padres de familia. Todos ellos, adultos. Nadie ha pensado en la necesidad de consultar a los estudiantes. Qué significa para ellos ‘la autoridad’. Cuando oímos hablar sobre el tema, descubrimos que no mencionan a los jefes, a los directores. La autoridad de que hablan es la del maestro. Y descubrimos con cuánta razón el diccionario, al tratar de la palabra, agrega: “Asimismo se toma por crédito, estimación, fe, verdad y aprecio”. Al maestro, al buen maestro, los alumnos le reconocen autoridad para aconsejar, guiar, encarar y ayudar a resolver situaciones nuevas o molestas. Cómo luchar contra la rebelión estudiantil es tema diario que los periódicos recogen en la página policial. La solución la han propuesto en varias lenguas: si evitamos que en el alumno aparezcan síntomas de fracaso escolar, y si lo indagamos para ayudar a sobrepasarlo, comenzamos a asegurar la disciplina.
El mundo moderno está convulso. Las ideologías han contribuido ciertamente a quebrar esperanzas e ilusiones y a despertar, por otro lado, reivindicaciones imposibles. La inseguridad y la desesperación suelen perturbar al alumno en sus finales horas escolares, atento al porvenir. Al maestro corresponde estar presente para ayudarlo a sobreponerse a la duda y al temor. Hay que saber prever el momento. No hay que esperar a que llegue la desesperación para emprender una tarea, ni menos es necesario tener éxito para perseverar. Hay que convencer al estudiante de que el secreto está en tener fe y decisión, es decir objetivos claros en el horizonte. La perseverancia es la que conduce al triunfo. El triunfo no es el punto al que se llega sino la estela (la historia, si se prefiere) de un esfuerzo continuo. En cambio, el éxito no siempre asegura la persistencia del esfuerzo, toda vez que puede prestar asilo a la vanidad o a la suficiencia y puede ser, así, anticipo o señuelo del fracaso ulterior. Algo debe quedarle claro al estudiante en los momentos de duda: con dinero no se aprecia el valor del porvenir. Perseverancia y esfuerzo robustecen la fe en la inteligencia y fortalecen el espíritu.
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